sábado, 21 de febrero de 2015

Del mito a la historia

La curiosodad humana siempre parece desbordar la capacidad que tenemos para resolver nuestras dudas. Y por mucho que avance la ciencia y la tecnología con el paso de los años, las preguntas por el origen de nuestra especie y de nuestra forma de vida siempren van uno o muchos pasos más adelante. El afán por contestar estas preguntas ha llevado a la creación de relatos que explican las fuerzas de la naturaleza, y el devenir de las personas en ellas, a través de voluntades con características humanas como los sentimientos y las expectativas. Y es así como nace la mitología, nos enseñan en la escuela: ante la dificultad de responderle a los niños la serie interminable de preguntas que hacen cuando se están apropiando del lenguaje, las personas inventan historias fantásticas y atractivas que explican temporalmente todas estas cosas de una manera más o menos satisfactoria.

También nos enseñan desde niños que gracias a una larga tradición de pensamiento continuo y acumulado, podemos diferenciar las explicaciones fantásticas de las verdaderas. Y es así como nace la ciencia, diferenciada de la superstición de todo tipo. Y así nos acostumbramos a que las cosas sólo pueden tener una explicación, y si respecto a un tema surgen explicaciones o perspectivas múltiples, la respuesta obvia es que todas menos una han de ser erróneas y hay que descartarlas definitivamente. Por supuesto para nadie es un secreto que la delimitación de los relatos que pueden considerarse confiables de los que no, está a merced del criterio de quién esté narrando la historia en cuestión.

El reto para la historia parece ser elegir la versión acertada de los hechos, depurando todo lo falso o impreciso. Una vez más, las preguntas agobian la mente más rápido de lo que las respuestas se adquieren y, una vez más, nacen relatos cargados de travesías y aventuras con héroes que no siempre corresponden con la cruda realidad. Los historiadores eligen entre innumerables relatos y datos los que consideran confiables y relevantes, ¿cómo elegimos nosotros en qué historiadores podemos confiar y en quiénes no?.

Este tipo de pensamiento unívoco lleva a todo tipo de debates de criterio, y la exigencia de fidelidad para confiar en una explicación marca la frontera entre aquellas preguntas que ya podemos considerar resueltas y aquellas que aun están en proceso de investigación.

Pero ¿a  quién le debemos la fortuna de gozar de una empresa milenaria como la ciencia y el conocimiento?. Nos han contado que a los Griegos, y que aunque la humanidad se perdíó por algunos siglos en la oscuridad de la superstición religiosa, la ciencia recuperó su lugar justo donde ellos la habían dejado, y consiguió progresar hasta niveles de conocimiento de la realidad nunca antes imaginados. Esta historia resulta tan atractiva y tan apasionante que desde mediados del siglo XX se ha vuelto sospechosa para los historiadores, por relucir aires mitológicos.

Este tipo de reflexiones acerca de criterios de selección para construir nuestro pasado, tan ligado con nuestra identidad, se enmarca en el plano de la historiografía. No quiero entrar en detalles de las discusiones entre diversas escuelas historiográficas, dada la densidad de mi ignorancia e inexperiencia. En cambio, en este blog, quiero emprender una camino de investigación sin una meta predefinida, ni un método, ni una ruta específica. Es una búsqueda irresponsable: una vez más me excuso en la novatada y la ceguera de mi propia perspectiva.

En diferentes entradas abordaré temas relacionados con la construcción de identidad a través de las perspectivas sobre el pasado.

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