sábado, 21 de febrero de 2015

Atenea negra

El título de libro de Martín Bernal no podría ser más atractivo y oportuno para sus propósitos. Atenea negra. Ataca directamente la imagen icónica de la diosa griega de la sabiduría, salida directamente del encéfalo del tiempo, reluciente de belleza, simétrica, blanca, rubia: aria. Pero la metáfora de Bernal va más allá del reproche a los historiadores racistas, hijos de la Europa del siglo XVIII, puede entenderse en un sentido literal, dado que la diosa griegra bien podría estar inspirada en la diosa egipcia Neit, quien podría ser también la semita Anat. (Cf. Bernal, 1987, p. 46). 

 El libro propone rechazar el modelo de la historia antigua de occidente impuesto por los historiadores europeos del siglo XVIII, y volver al modelo manejado por los griegos en su época de mayor esplendor: el modelo antiguo. Bernal acusa a la historiografía moderna de racismo y dogmatismo político. Es apenas evidente la relación que existe entre la reconstrucción del pasado con la identidad de los estados nacionales, que para la época estaban encarando los retos de su creciente poder.

Vista así, la historia se pone al servicio de la política, y emprende la tarea de unificar culturalmente a los paises, y de comprometer a las personas con su identidad nacional hasta el punto de jugarse la vida por la patria. Se vuelve un acumulado de relatos heróicos nunca carentes de juicios de valor. Es decir, siempre hay ganadores y perdedores, héroes y villanos, causas justas y no, etc. Este fenómeno es común en la modernidad occidental, por ejemplo, en el caso de Colombia se manifiesta en la historia de la independencia, en la que el brillo de Bolivar y sus generales opaca la diversidad de la situación social, política, económica y cultural, que posibilitó sus acciones militares, y todo el proceso de independencia como tal.

Volviendo al libro de Bernal y a la historia de las raíces de la civilización occidental, esta entrada bien podría servir menos como crítica o como reseña, que como invitación a leer el libro. Pero una simple invitación sería insulsa y desabrida, por eso quiero agregar una breve reflexión que emerge del contexto local y de los retos actuales de la historiografía colombiana, para la comprensión de nuestra identidad a través de nuestro legado histórico y cultural, desde los pueblos preshispánicos y la Europa clásica, hasta los más recientes pero no menos intrincados tiempos a los que se remonta nuestra memoria.

Enseguida muestro un peuqño esquema de la presentación quue hace Bernal de su libro.

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Del mito a la historia

La curiosodad humana siempre parece desbordar la capacidad que tenemos para resolver nuestras dudas. Y por mucho que avance la ciencia y la tecnología con el paso de los años, las preguntas por el origen de nuestra especie y de nuestra forma de vida siempren van uno o muchos pasos más adelante. El afán por contestar estas preguntas ha llevado a la creación de relatos que explican las fuerzas de la naturaleza, y el devenir de las personas en ellas, a través de voluntades con características humanas como los sentimientos y las expectativas. Y es así como nace la mitología, nos enseñan en la escuela: ante la dificultad de responderle a los niños la serie interminable de preguntas que hacen cuando se están apropiando del lenguaje, las personas inventan historias fantásticas y atractivas que explican temporalmente todas estas cosas de una manera más o menos satisfactoria.

También nos enseñan desde niños que gracias a una larga tradición de pensamiento continuo y acumulado, podemos diferenciar las explicaciones fantásticas de las verdaderas. Y es así como nace la ciencia, diferenciada de la superstición de todo tipo. Y así nos acostumbramos a que las cosas sólo pueden tener una explicación, y si respecto a un tema surgen explicaciones o perspectivas múltiples, la respuesta obvia es que todas menos una han de ser erróneas y hay que descartarlas definitivamente. Por supuesto para nadie es un secreto que la delimitación de los relatos que pueden considerarse confiables de los que no, está a merced del criterio de quién esté narrando la historia en cuestión.

El reto para la historia parece ser elegir la versión acertada de los hechos, depurando todo lo falso o impreciso. Una vez más, las preguntas agobian la mente más rápido de lo que las respuestas se adquieren y, una vez más, nacen relatos cargados de travesías y aventuras con héroes que no siempre corresponden con la cruda realidad. Los historiadores eligen entre innumerables relatos y datos los que consideran confiables y relevantes, ¿cómo elegimos nosotros en qué historiadores podemos confiar y en quiénes no?.

Este tipo de pensamiento unívoco lleva a todo tipo de debates de criterio, y la exigencia de fidelidad para confiar en una explicación marca la frontera entre aquellas preguntas que ya podemos considerar resueltas y aquellas que aun están en proceso de investigación.

Pero ¿a  quién le debemos la fortuna de gozar de una empresa milenaria como la ciencia y el conocimiento?. Nos han contado que a los Griegos, y que aunque la humanidad se perdíó por algunos siglos en la oscuridad de la superstición religiosa, la ciencia recuperó su lugar justo donde ellos la habían dejado, y consiguió progresar hasta niveles de conocimiento de la realidad nunca antes imaginados. Esta historia resulta tan atractiva y tan apasionante que desde mediados del siglo XX se ha vuelto sospechosa para los historiadores, por relucir aires mitológicos.

Este tipo de reflexiones acerca de criterios de selección para construir nuestro pasado, tan ligado con nuestra identidad, se enmarca en el plano de la historiografía. No quiero entrar en detalles de las discusiones entre diversas escuelas historiográficas, dada la densidad de mi ignorancia e inexperiencia. En cambio, en este blog, quiero emprender una camino de investigación sin una meta predefinida, ni un método, ni una ruta específica. Es una búsqueda irresponsable: una vez más me excuso en la novatada y la ceguera de mi propia perspectiva.

En diferentes entradas abordaré temas relacionados con la construcción de identidad a través de las perspectivas sobre el pasado.